“Los ecuatorianos son seres únicos y extraños… duermen plácidamente en medio a humeantes volcanes”. La frase es del naturalista y explorador prusiano Alexander von Humboldt (1769-1859), que al visitar Quito quedó asombrado por la calma con que los habitantes de la región convivían con los volcanes. Pero la frase se aplicaba también – de forma metafórica – a otros problemas graves de la vida cotidiana. Y estos problemas han sido frecuentes en estos 191 años de vida independiente del país.
Ecuador sufrió 38 golpes de Estado (o intentos de golpe), o sea, uno cada casi cinco años. Además, tuvo 21 constituciones nacionales. Y tres de estas Cartas Magnas fueron creadas desde la vuelta de la democracia al país, en 1979.
Solo entre 1996 y el 2006, el país tuvo ocho presidentes, dos de ellos fueron destituidos y otro renunció debido a una revuelta popular, huyendo disfrazado de policía brasileño.
Con este currículum vitae sui generis, Ecuador empieza un período con un nuevo presidente, el noveno del país en tan solo 25 años.
Su nombre es Guillermo Lasso, un exbanquero que hace dos décadas fue ministro de Economía por poco más de un mes, tiempo en el que llevó a cabo una caótica administración.
Lasso ya había intentado ser presidente dos veces. En esta, la tercera, lo logró. Derrotó a Andrés Arauz, el candidato apoyado por el expresidente Rafael Correa.
Correa se encuentra autoexiliado en Bélgica, tierra de su esposa, para escapar de una condena de ocho años de prisión en Ecuador.
Poco después de la primera vuelta, todo indicaba que sería muy difícil para Lasso dar vuelta la elección. Pero logró cambiar su imagen rápidamente (incluso bailó Bad, de Michael Jackson, en la red TikTok, generando un éxito sin precedentes entre los jóvenes), se acercó a las minorías y suavizó su discurso conservador.
En la primera vuelta, el candidato indigenista Yaku Pérez quedó en tercer lugar. Para la segunda vuelta, convocó a sus votantes a abstenerse en las urnas. Sin embargo, buena parte de los simpatizantes de Pérez votaron por Lasso, ya que ambos sectores tenían como punto en común al “anti correísmo”.
Lasso tiene una de las fuerzas más pequeñas en el Parlamento, apenas 12 escaños propios, el equivalente al 8,7% del total. Sus principales enemigos, los correístas, cosecharon 49 escaños, equivalente al 36% del Parlamento.
Por otro lado, Lasso obtuvo una serie de alianzas puntuales con los grupos indígenas, de izquierda y centroizquierda, que elevan circunstancialmente su peso a 64 escaños, o sea, el 46,7% del Parlamento.
Las primeras medidas de Lasso
Lasso decretó el fin del anacrónico clásico retrato del presidente de turno colgado en todo tipo de oficinas públicas. “Se acabó el tiempo de los caudillos”, afirmó.
También propuso terminar con la denominada “Ley Mordaza”, creada por el expresidente Rafael Correa y mantenida por su sucesor Lenín Moreno, que aplicaba pesadas multas a los periodistas y medios de comunicación que, en la opinión del gobierno, incurrieran en “intentos de desprestigio” (como, por ejemplo, la publicación de pruebas de que alguien había robado).
El nuevo presidente también determinó que los integrantes del gobierno tendrán que atender obligatoriamente a la prensa, además de realizar conferencias de prensa por lo menos una vez cada tres meses.
Lasso también decretó que 1,7 millón de ecuatorianos que tienen deudas inferiores a mil dólares serán beneficiados con una medida inusitada: empresas que brindan servicios de referencias de crédito tendrán que eliminar esas informaciones por única vez. Así, estas personas, pobres en general, podrán pedir nuevos créditos. Los acreedores seguirán teniendo derecho a cobrar, pero las personas podrán limpiar sus nombres en esta única ocasión.
Economía hecha pedazos
El Producto Interno Bruto (PIB) de Ecuador cayó el 7,8% el año pasado y debe crecer solo el 3% este año. La pobreza pasó del 25% en el 2019 al 32% de los ecuatorianos hoy (de estos, casi la mitad en la pobreza extrema) y el desempleo golpea al 8,59% de los trabajadores.
Desde los últimos años de gobierno del expresidente Correa, el país tiene un creciente endeudamiento externo, que se agravó aún más en la administración de Moreno. La deuda pública ecuatoriana es de US$ 63 mil millones, el equivalente al 63% del PIB.
Lasso necesita dinero, pero sabe que no puede correr el riesgo de aumentar los impuestos en este delicado momento.
Pandemia y el primer retrato del caos en América Latina
En abril del 2020, la ciudad de Guayaquil fue el primer escenario dantesco de la pandemia de COVID-19 en América Latina, con cadáveres apilados en las veredas – las autoridades sanitarias no lograban dar cuenta de recoger los cadáveres de las personas que morían en sus casas.
En el inicio de este año, el país fue golpeado por un escándalo de vacunaciones oficiales irregulares. Saltó a la luz que el ministro de Salud había desviado vacunas a un hospital privado y allí había inmunizado a su familia. Incompetentes en la gestión de la crisis sanitaria, los ministros de Salud se sucedieron en el cargo de manera veloz. Dos de ellos duraron menos de una semana cada uno.
Desde que empezó la pandemia Ecuador tuvo seis ministros de Salud. O mejor, siete, ya que acaba de asumir la nueva ministra, la primera del gobierno del recién asumido presidente.
Lasso, en los días previos a la asunción, dejó de lado los caprichos ideológicos y está negociando la compra de vacunas con los rusos y los chinos. Hasta ahora, apenas se vacunó al 6,9% de la población.
El nuevo presidente prometió que, en 100 días, a partir del 31 de mayo, la mitad de la población estará vacunada. Los especialistas consideran que la promesa de Lasso es demasiado optimista.
¿Qué pasará con el correísmo?
En el 2017, Rafael Correa pretendía que su vice, Jorge Glas, disputara su sucesión. Pero Glas no despegaba en las encuestas y la salida fue colocar a Moreno, que había sido vice de Correa en su primer mandato. Moreno era un “bolivariano descremado” y ganó las elecciones. Poco después, la Justicia condenó al expresidente a ocho años de prisión y Moreno y Correa se distanciaron. Correa se declaró en autoexilio en Bélgica, el país de su esposa.
Moreno convocó un plebiscito para acabar por completo con las posibilidades de reelecciones de expresidentes. La votación a favor del fin de las reelecciones fue masiva. Los analistas indicaban en ese entonces que el “correísmo” estaba liquidado.
En el 2019, el país se vio sacudido por revueltas populares. Y en el 2020 fue golpeado por la caótica gestión de Moreno en la pandemia. Mientras tanto, Correa aprovechaba la situación de creciente impopularidad de su ex aliado para intentar recuperar el terreno perdido. La salida fue designar a Andrés Arauz como su sucesor. El exministro de “Talento Humano” Arauz era prácticamente un desconocido, pero totalmente obediente a Correa, algo que el expresidente deseaba para evitar una remake del alejamiento que tuvo con Moreno.
Correa no fue oficialmente candidato en las elecciones de este año. Sin embargo, su cara aparecía en los carteles al lado de la de Arauz.
La derrota contra Lasso fue un duro golpe para el correísmo. El futuro del poder de Correa dependerá de la eventual capacidad para serrucharle el piso a Lasso en los próximos tiempos.
Públicamente, sin embargo, Correa envió sus felicitaciones a Lasso por la victoria electoral. Y Lasso, en la asunción, afirmó que no pretendía “perseguir” a nadie.
El factor indígena
Las comunidades indígenas siempre han sido ignoradas por la clase política ecuatoriana, tanto de izquierda como de derecha. Según cifras oficiales, el 7% de la población del país se declara oficialmente “indígena”. Pero, los especialistas afirman que la proporción real sería del 25%. Además, por lo menos el 50% de los ecuatorianos tendría algún antepasado de los pueblos originarios del país.
No hay ningún expresidente ecuatoriano que en el último cuarto de siglo no haya sido blanco de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie). Participaron activamente en la caída de presidentes de las más variadas ideologías. Desde el fin del gobierno del neoliberal Abdalá Bucaram, en 1997, hasta la salida de Lucio Gutiérrez, de izquierda, en el 2005, entre otros. Durante el gobierno de Rafael Correa, los indígenas – que inicialmente simpatizaban con él – se alejaron cuando, a pesar de su discurso antiimperialista, el presidente estimuló la entrada de multinacionales mineras y de petróleo en áreas que las comunidades reivindican como tierras ancestrales.
La nueva presidente del Parlamento ecuatoriano es una indígena, Guadalupe Llori, de 58 años. Presa en el 2007 por liderar protestas contra la política petrolífera de Correa, Llori fue detenida en su casa y llevada a la prisión por 12 policías armados con ametralladoras. Estuvo en prisión durante 11 meses.

En su discurso, disparó críticas contra Correa y Moreno, afirmando que “por primera vez en muchos años se respira libertad y democracia”. Destacó que el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo no estarán liderados por personas de la misma línea política.
El partido de Llori es el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik, el segundo con más escaños en el Parlamento, y ella fue elegida para comandar el Poder Legislativo con el respaldo del partido de Lasso.
El nuevo presidente declaró que “¿quién hubiera apostado que un exbanquero y una mujer indígena un día ocuparían estos dos poderes del Estado?”
Días antes de la asunción, centenas de indígenas realizaron una ceremonia en la cual reconocieron el comando de Lasso en el país. La ceremonia – realizada en la región de Tungurahua – consistió en la entrega de un bastón de mando hecho de madera, entre otros símbolos de poder de las comunidades indígenas (junto a un látigo y un poncho rojo). Los sacerdotes indígenas realizaron rituales de “transferencia de energías positivas” de la tierra.

Por ahora, los indígenas conviven tranquilamente con Lasso. Pero el Movimiento Indígena y Campesino de Cotopaxi (MICC) ya anunció que el día 11 de junio hará una gran movilización nacional contra el decreto que el expresidente Moreno firmó en el 2019 y que significó el fin de los subsidios a los combustibles (decreto que fue el detonante de la revuelta social de aquel año). El Movimiento “invita” al presidente Lasso a derogar el decreto (o sea, a reinstalar los subsidios).
“Derecha”, pero no “direita” (como en Brasil)
Lasso es un político de derecha que ahora – circunstancialmente (vaya uno a saber por cuanto tiempo) – dependerá de una convivencia amigable con la izquierda y la centroizquierda no correísta para gobernar. Esta es una diferencia que tiene con el presidente brasileño Jair Bolsonaro. Pero existen muchas otras, ya que el hecho de ser de “derecha” no quiere decir que sea de “direita” (ni siquiera de extrema derecha).
Días antes de asumir, la Corte Nacional de Justicia, en Quito, determinó la despenalización del aborto para casos de violación. Bolsonaro se habría quejado, enviado militantes a protestar frente al edificio de la Corte, además de llamar a los jueces de “comunistas”. Pero Lasso, que es del Opus Dei y siempre ha estado explícitamente en contra del aborto, declaró que acataba la decisión de la Corte. Es decir, prefirió colocar la división de poderes por encima de sus creencias religiosas personales.
Lasso también utilizó términos y conceptos que escandalizarían a los bolsonaristas, como “género”, al indicar que en su gobierno combatiría la violencia de género y los femicidios.
La cuestión indígena es también un factor que diferencia a la “derecha” ecuatoriana de Lasso de la “direita” brasileña de Bolsonaro. Mientras que el presidente brasileño considera que los indígenas todavía “están evolucionando” para un día se convertir en “un ser humano como todos nosotros” (“todos nosotros, léase, los denominados “blancos”), Lasso determinó que la nueva ministra de Educación, María Brown, establezca escuelas bilingües para las comunidades indígenas (hasta ahora, la enseñanza de idiomas originarios fue dejada en un segundo plano por los gobiernos de turno). Lasso también prometió respeto a los derechos de la comunidad LGBTI.
En su asunción, declaró que “la palabra izquierda no es mala, ni la palabra derecha. Ni siquiera es mala la palabra ideología (…) Peligrosa es la palabra dogmatismo, que no intenta convencer, sino colonizar y someter al que piensa distinto”.
Traducido por Adelina Chaves