La primera vez que me encontré con América Latina fue en los libros. Yo tenía 14 años y ya era una ávida lectora de los chilenos Isabel Allende y Pablo Neruda, del peruano Mario Vargas Llosa y del colombiano Gabriel García Márquez, entre tantos otros. Sin embargo, nuestro primer encuentro cara a cara sucedió cuando yo tenía poco más de 15 años y decidí salir en ómnibus desde Brasilia y cruzar la frontera en Puerto Quijarro hacia Bolivia, con el objetivo de llegar a Machu Picchu, en Perú.
Tomé el famoso “Tren de La Muerte” hasta Santa Cruz de La Sierra, y de ahí me fui a Cochabamba. Luego, seguí camino hasta el lago Titicaca donde, poco después, crucé de Copacabana a Puno, ya en Perú. Fue el primer contacto con esa América Latina original, cuyos rasgos eran tan diferentes a los que conocía, que me sorprendía con alimentos raros como choclos gigantes color violeta, idiomas que hasta ese momento ignoraba, como el quichua, un mundo que parecía extrañamente distante del mío.
De mi primera incursión por América Latina, hace aproximadamente 25 años, viene uno de mis recuerdos más fuertes: mi parada de media hora en Cuzco, tratando de entender un muro milenario de piedras construido por los incas. Me había dado cuenta que los muros tenían un encaje perfecto, una especie de tetris inca, que carecía de cualquier tipo de argamasa o cemento para mantener unidas esas piedras durante tantos años. Por si fuera poco, había otra geometría que me intrigaba: algunas piedras tenían muchos lados, octógonos embutidos perfectamente sin que nada pudiese pasar por ellos. En mi ignorancia, llegué a palpar la pared buscando grietas, empujé un poco y sentí la fuerza que me devolvía, sólida y desafiadora.
Recordé ese muro cuando empecé a cubrir las elecciones presidenciales peruanas este año. Como esos muros milenarios, en política ningún espacio queda vacío. En la época en que visité el país por primera vez, yo no era exactamente una joven bien informada sobre política. En aquel entonces Perú era gobernado por el dictador Alberto Fujimori, que hoy cumple pena por crímenes de lesa humanidad, corrupción y malversación de fondos – en mis tiernos 15 años, sin embargo, no recuerdo haber sido advertida de que algunas ciudades tenían barreras controladas por el grupo “comunista” Sendero Luminoso. Ya venía con el cansancio acumulado de haber cruzado Bolivia, con todos los síntomas del mal de altura, y casi siempre dormía en cualquier transporte en que viajaba. Cuando nos paraban en las madrugadas, nunca pude saber si eran barreras policiales o de Sendero Luminoso.
Volví a pensar en la política peruana en el 2011, cuando tuve que cubrir la polémica que se generó por la invitación al escritor peruano Mario Vargas Llosa al principal evento de literatura en Argentina, la Feria Internacional del Libro, que se lleva a cabo todos los años en Buenos Aires. Vargas Llosa, durante muchos años, fue un intelectual conectado con las ideas progresistas y, posteriormente, se convirtió en un conservador que criticaba abiertamente a los gobiernos de izquierda en América Latina. A pesar de ser conservador, y de una carta de intelectuales argentinos pesando en contra de su participación como invitado de honor, muchos reconocían su valor como escritor, aunque afirmaban que es imposible separar al hombre de su obra.
Vargas Llosa fue un feroz enemigo de Fujimori, un descendiente de inmigrantes japoneses que lo derrotó en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 1990. Durante muchos años, el escritor usó su prestigio de ganador del Premio Nobel de Literatura para combatir al fujimorismo en Perú, siendo una de las principales voces en contra, por ejemplo, del cierre del Congreso peruano en 1992. Toda esta animosidad y años de enemistad con Fujimori cambiaron a partir de un artículo publicado por Vargas Llosa, el último 17 de abril, en el diario español El País.
“Entre la espada y la pared”
En abril de este año, cuando los peruanos fueron a las urnas en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, tenían nada más y nada menos que 18 candidatos en la cédula de voto. De Keiko Fujimori, hija de Alberto Fujimori, cuyo tema de campaña es la promesa de gobernar con “mano dura”, a Hernando de Soto, que afirmó que el suyo sería un gobierno de “guerra” contra la pandemia, y Rafael López Aliaga, de ultraderecha, que aseguró que deportaría, de forma inmediata, a todos los extranjeros que cometieran delitos en el país. Un politólogo de Perú llegó a comparar este espectro al “menú de un restaurante peruano”. Como resultado de esta fragmentación llegó la “sorpresa”. Dos candidatos cuyas votaciones no habían sido significativas disputarían la segunda vuelta: Pedro Castillo, un “desconocido”, con poco menos del 20% de los votos, y Keiko Fujimori, con poco más del 13% de los votos.
La fragmentación política peruana, con partidos políticos poco relevantes, personajes del pasado volviendo y novatos irrumpiendo, es el resultado de más de una década de turbulencia política en el país, donde casi todos los expresidentes están presos o son investigados por corrupción. La misma Keiko es investigada por corrupción por supuesto cobro de sobornos por parte de la constructora brasileña Odebrecht.
Tal turbulencia tuvo, inclusive, desenlaces trágicos, como el del expresidente Alan García que, en el 2019, cuando su casa fue invadida por la policía para arrestarlo por acusaciones de recibir sobornos de Odebrecht, pidió hacer una llamada telefónica en privado y terminó disparando una bala en su propia cabeza, muriendo poco después.
Durante todo este período, Vargas Llosa tomó decisiones que describió como «pesadoras». En el 2006, al no poder abstenerse en una elección que llegó a describir como una opción “entre el cáncer y el SIDA”, prefirió apoyar a Ollanta Humala, candidato de la extrema izquierda contra Keiko Fujimori. Ollanta Humala fue el ganador.

El abismo
El 17 de abril de este año, sin embargo, Vargas Llosa sorprendió a todos con una declaración pública de voto. En una columna titulada Asomándose al abismo, el Premio Nobel de Literatura declaró que votaría a Keiko Fujimori e hizo un llamamiento a los peruanos para que hicieran lo mismo. Según él, la candidata representaba un “mal menor”. ¿Pero de qué amenaza el intelectual más importante de Perú instaba a huir el pueblo?
El outsider

Pedro Castillo es considerado un “desconocido” por la prensa mundial, un outsider fruto de la fragmentación política del país. Castillo llamó la atención el día de la elección al ir a votar con su característico sombrero de cowboy y montando a caballo. Una escena que dio la vuelta al mundo luego de que fuera anunciado el resultado para la segunda vuelta: un ilustre “desconocido”, que hasta ese momento huía de las redes sociales, con humildes tres mil seguidores en Twitter, enfrentaría a una de las fuerzas más grandes de las últimas décadas en Perú, la temida dinastía Fujimori.
Castillo se proyectó a partir de la primera ciudad que conocí, Puno, al sur de Perú. Profesor, sindicalista y de un partido autodenominado “marxista”, avanzó desde las zonas rurales del país, dejó de lado a la capital Lima, y fue conquistando el territorio dejado por la división entre tantos candidatos.
Otro factor ignorado es que el sur de Perú, históricamente, es la cuna de algunas de las más grandes revoluciones de la nación. Con tantos escándalos recientes, el sentimiento anti-establishment fue ganando fuerza, escapando del radar de muchos ojos atentos.
Castillo empezó a ganar proyección nacional en el 2017 cuando lideró una huelga de profesores en el país que duró 75 días. En un artículo publicado en el New York Times, la escritora Gabriela Wiener afirmó que votaría a Castillo, como un voto que iría más allá del antifujimorismo. Definió su decisión como anticolonial y dijo entender que muchos analistas comprendieron el liderazgo del profesor como “el día que, en Perú, nos dimos cuenta que el país es más que Lima”.
Pero, para ella, Castillo tendrá que mantener sus promesas, sus raíces y no esquivar los problemas sociales del país. Las encuestas muestran una probable victoria de Castillo, pero todo puede influir en el humor de los votantes. Recientemente, autoridades peruanas acusaron al grupo Sendero Luminoso de volver a las primeras planas como perpetrador de una masacre en una de las zonas cocaleras más grandes del país.
Sea cual fuere el resultado de las elecciones de segunda vuelta, que tendrán lugar en Perú el próximo domingo, 6 de junio, la única certeza es que ninguna mayoría peruana ganará. Y el próximo presidente enfrentará un país cuyas instituciones políticas son un mosaico de ideas dispares. Como escribió Mario Vargas Llosa, “La incertidumbre es una margarita cuyos pétalos no se terminan jamás de deshojar”. Habrá que esperar para ver qué pasa.
Traducido por Adelina Chaves