Argentina: el peronismo es derrotado en las elecciones parlamentarias
Alberto Fernández y Cristina Kichner en la inauguración de diciembre de 2019. Foto: Frente Todos
Sociedad

En Argentina, el Peronismo strikes again: Fernández designa un nuevo gabinete y cede más poder a Cristina

Escenas de peronismo explícito: el presidente, además de ser víctima de bullying de su vice, tiene que lidiar con un escenario que se vislumbra negativo para las elecciones de noviembre

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“Los peronistas somos como los gatos. Cuando nos oyen gritar creen que nos estamos peleando, pero en realidad nos estamos reproduciendo”. Esta frase sobre cópulas felinas de altos decibeles era habitualmente pronunciada en el final de su vida, en el exilio en Madrid, por el presidente Juan Domingo Perón — acompañada por una sonrisa traviesa — cuando minimizaba las divergencias internas entre los peronistas. Ese axioma peronista fue utilizado intensamente en las últimas décadas, a lo largo de las cuales exaliados peronistas transformados posteriormente en enemigos irreconciliables se volvían a conciliar con el único objetivo de conquistar (o reconquistar) el poder.

Sin embargo, esta vez no existió esa cópula con maullidos de regocijo. Ahora los peronistas se pelearon por primera vez en público de forma ostensiva. Y esa pelea fue amplificada en sus divergencias por las redes sociales. Y, para colmo, la guerra se está llevando a cabo por las dos figuras más poderosas del país, o sea, entre el presidente Alberto Fernández y la vicepresidente Cristina Kirchner.

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El trasfondo de este conflicto, que coloca la gobernabilidad argentina en gran riesgo, fue la derrota del gobierno en las elecciones primarias del domingo 12 de septiembre.

Cuando el conteo de los votos empezó a indicar que la derrota era inevitable, Fernández hizo un breve discurso en vivo en el cuartel general de la campaña electoral para hacer un mea culpa, admitiendo que se había equivocado. “Evidentemente, algo no hicimos bien”, dijo. A su lado, en el palco, estaba la vice, Cristina, callada y con el ceño fruncido.

En las horas siguientes, Cristina exigió a Fernández una renovación del gabinete de ministros. La vice quería la remoción de los ministros “albertistas”. Los ministros “cristinistas” se quedarían y ella pondría más aliados suyos en el gobierno. De esta manera, el albertismo perdería más terreno a manos del cristinismo.

Fernández dijo que solo pensaría en una reforma ministerial después de las elecciones parlamentares de noviembre. La vice insistió. El presidente dijo que de ninguna manera haría eso en este momento.

Cristina no digiere bien las negativas a sus exigencias.

Así, el miércoles (15), los ministros «cristinistas» comunicaron públicamente que ponían sus renuncias a disposición del presidente. Una especie de mensaje tipo “nosotros nos vamos… si quieres que nos quedemos y te permitamos gobernar, tienes que implorar y ceder más ministerios a los cristinistas”. La acción de los ministros “cristinistas” era una forma de ultimátum al presidente para que se encuadrara y acatara las órdenes de la vice.

El jueves Fernández dijo vía redes sociales que «la gestión de gobierno seguirá del modo que yo estime conveniente» y «para eso fui elegido». Era una indirecta a Cristina, que siempre se creyó la big boss del gobierno. Fernández también declaró que “con presiones no me van a obligar”.

Cristina respondió, pero a través de su fiel diputada Fernanda Vallejos. En dos largos audios de WhatsApp, la parlamentar hace una interminable lista de críticas a Fernández. La diputada kirchnerista tildó al presidente de invasor de casas (refiriéndose a la Casa Rosada, el palacio presidencial), y de “ciego y sordo”. Vallejos también dijo que el jefe de Estado era un “enfermo”. Además, afirmó que el presidente era un “mequetrefe” y que solo estaba en el poder gracias a los votos de Cristina.

La diputada también disparó contra los ministros “albertistas”, indicando que se trataba de «unos inútiles”. La parlamentar también calificaba al ministro de Economía, Martín Guzmán, de “neoliberal” recién llegado de “Yanquilandia” (forma despreciativa de referirse a los Estados Unidos). Además, lo calificó de “pelotudo” (un sonoro y altamente ofensivo epíteto entre los argentinos).

El contenido del audio enfureció al presidente Fernández, que horas después afirmó que no aceptaría presiones de ningún tipo.

Simultáneamente, líderes peronistas intentaban poner paños fríos. Despuntaba una pálida y remota posibilidad de fumar la pipa de la paz cuando Cristina torpedeó esa chance al publicar una enorme carta en las redes sociales en la cual criticó intensamente al presidente y sus asesores de confianza.

Cristina afirmó que ella fue quien lo eligió para ser candidato a presidente (y no al contrario). También afirmó que Fernández no habría prestado atención a sus alertas sobre la crisis económica. Para colmo, disparó una acusación que prácticamente califica a Fernández como un hereje para el peronismo, al afirmar que está haciendo un ajuste económico.

La vicepresidente también afirmó que no tolerará lo que llamó de “operaciones de prensa en su contra”, supuestamente por parte de los asesores de Fernández.

Los escenarios que se vislumbraban entre la noche del jueves y la mañana del viernes eran estos:

1 – Fernández cede al bullying y acepta las exigencias de Cristina, removiendo ministros «albertistas»… en este caso entrarían más «cristinistas» al gabinete. Debilidad total para Fernández, que se transformaría en un pato rengo. Sería dormir con el enemigo. Pero un enemigo que considerará esa tregua y pacto de convivencia como un mero apósito político y que esperará para dar un golpe mortal en la primera chance que tenga.

2 – Fernández resiste, acepta las renuncias de los «cristinistas» e intenta hacer un gobierno «albertista». Pero, así, se queda sin los parlamentares suficientes para gobernar. Fernández también queda mal parado en este escenario.

3 – Fernández removería algunos ministros “albertistas” y también echaría a algunos “cristinistas”. Cada lado sacrificaría algunos colaboradores para reemplazarlos por nuevos ministros de cada grupo. Y, juntos, intentarían evitar una catástrofe en las elecciones parlamentares de noviembre. La pelea, de esta manera, quedaría postergada para después de la ida a las urnas.

4 – Fernández renunciaría, al ver que no puede gobernar de la forma que quiere y que se transformaría – ipsis litteris – en una especie de reina de Inglaterra, con el simbolismo de ser el jefe de Estado, pero sin ningún poder real ante de la verdadera caudilla Cristina Kirchner. La renuncia es un escenario muy improbable en las actuales circunstancias (y, resalto, en las actuales circunstancias en que se publica esta columna). Solo vislumbro en este momento un hipotético escenario en el cual él se retire por problemas de salud, algo que no existe actualmente. Actualmente…

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Volvamos al viernes 17 para ver cuál fue el escenario que se concretó: durante el día el presidente Fernández intentó desesperadamente conseguir declaraciones de enfático apoyo por parte de los gobernadores peronistas, que son los verdaderos “dueños” del interior del país, caudillos aferrados al poder. Emitió invitaciones a varios para que ocuparan ministerios en su gabinete. Sin embargo, las respuestas fueron negativas. Los gobernadores estaban recelosos. Participar de un gobierno que tendría que enfrentar a Cristina Kirchner y la oposición al mismo tiempo sería una misión kamikaze.

El viernes a la noche, el presidente Fernández estaba como las tropas aliadas franco-inglesas en Dunquerque, acorralado por el ejército alemán. Los aliados fueron rescatados por la flota británica y continuaron la lucha. Pero Fernández sufrió un Dunquerque sin rescate. Se tuvo que rendir.

Esa noche el gobierno anunció la formación de un nuevo gabinete de ministros.

Todos los ministros “cristinistas” se quedaron. O sea, Fernández tendrá que convivir con los ministros que lo desafiaron. Parte de los ministros “albertistas” fueron echados. Y en sus lugares Cristina colocó más “cristinistas”.

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El nuevo jefe de gabinete será Juan Manzur, gobernador de la provincia de Tucumán, un caudillo del norte de Argentina que se hizo rápidamente multimillonario al ocupar cargos políticos. En el medio de la semana Cristina dijo públicamente que había dicho a Fernández que Manzur debería ser su nuevo jefe de gabinete. Dicho y hecho. El nuevo ministro tiene excelente relación con los “barones del conurbano”, denominación dada a los intendentes de los municipios peronistas del Gran Buenos Aires. Además, sería el interlocutor con los gobernadores peronistas.

Manzur tiene una característica que indigna a varios sectores progresistas argentinos: es un “provida”, se opone visceralmente a la legalización del aborto. Como gobernador, hace unos años obstaculizó el aborto legal de una niña de once años que había sido violada en Tucumán.

Otro cristinista será Julián Domínguez, exministro de Cristina, que se quedará con la cartera de Agricultura (este también tiene fuertes vínculos con la Iglesia Católica).

Entre los otros nombres del nuevo gabinete está el de Aníbal Fernández (que no es pariente del presidente), que fue ministro del Interior de los Kirchner, ministro de Justicia, secretario-general de la presidencia de Cristina, además de haber sido también jefe de gabinete de esta. Un largo curriculum vitae cristinista.

El ministro “albertista” de Economía Martín Guzmán sobrevivió en su puesto. Pero estará muy condicionado. Cristina quiere más gasto público porque está enfocada en las elecciones de noviembre.

Este será un ministerio de transición, con el cual el gobierno intentará llegar a las elecciones parlamentares de noviembre. Todo indica que después de la votación, sea con una victoria o con una derrota del gobierno, habrá una nueva reforma ministerial. Y, posiblemente, en esa nueva configuración, Fernández tendrá aún menos poder, ya que – hipotéticamente – tendrían que renunciar sus ministros “albertistas” remanentes.

¿Existe alguna posibilidad de que, en algún momento, si la situación se agravara, Cristina diga un adiós definitivo a Fernández partiendo mientras vocifera frases como “la culpa de que el país se esté hundiendo es de él y no mía”? Cristina retiraría sus ministros del gabinete de Fernández y podría movilizar sus diputados y senadores para hacer de la vida del presidente un infierno dantesco. Tal vez. Pero nunca dejaría la vicepresidencia, ya que perdería su fuero privilegiado y podría ser detenida por alguno de los diversos casos de corrupción por los cuales está siendo procesada.

De todas formas, los argentinos están en una especie de Titanic que se va hundiendo. Los políticos, como siempre, se salvarán porque cuentan con los salvavidas a su disposición. Pero el resto de la población está, digamos, como Leonardo DiCaprio.

La vice que eligió al presidente

En abril de 2019, la expresidente y senadora Cristina Kirchner anunció que su candidato a presidente sería su exjefe de gabinete de ministros, Alberto Fernández, con el cual estaba peleada desde 2009. De esta forma, por primera vez en la historia argentina, la candidata a vice eligió al candidato a presidente de su fórmula.

Durante los diez años en los que estuvieron peleados, Fernández llamó la gestión de Cristina de “gobierno deplorable”. En represalia, en aquel período de enfrentamiento, diversos sectores del kirchnerismo acusaron a Fernández de “traidor”, “vendido a la oligarquía”, “lamebotas de los Estados Unidos” y “cipayo” (un epíteto vintage todavía utilizado por sectores del kirchnerismo).

¿Pero por qué motivo Cristina no fue la candidata presidencial en 2019?

La expresidente presentaba alto rechazo en las encuestas. No lograba pasar del núcleo duro del 30% al 35% del electorado. Por ese motivo, necesitaba un nuevo packaging. La salida fue colocar al “moderado” Alberto Fernández en el puesto de candidato presidencial. Cristina controlaba la estructura partidaria. Fernández no. Fernández, solo, no vencería una disputa presidencial. Pero podía propiciar los votos adicionales (especialmente de los sectores peronistas no kirchneristas) para ganar. Y así fue.

Fernández fue elegido presidente en la primera vuelta, en octubre de 2019, y Cristina volvió al poder como vice. Fernández sería – mutatis mutandis – el good cop, mientras que Cristina tendría la función de bad cop. La dupla asumió el 10 de diciembre de 2019. El gabinete de ministros estaba compuesto por “albertistas” y “cristinistas”.

No es la primera, ni la última vez que Fernández sufre bullying

Ya en las primeras semanas de gobierno el “cristinismo” empezó a presionar a Fernández. Primero, pidió «liberar» a los exintegrantes del gobierno Kirchner presos por corrupción. Después, criticó los momentos en los cuales Fernández dudaba en brindar apoyos explícitos a los regímenes de Venezuela y Nicaragua.

Pero ahí vino la pandemia y los cristinistas suspendieron las críticas por un tiempo. Fernández se acercó a la oposición para tomar medidas consensuadas de combate a la plaga. El approach entre él y el jefe de gobierno porteño, el opositor Horacio Rodríguez Larreta, irritó a Cristina. Y también irritó al exjefe de Larreta, el expresidente Mauricio Macri. Pero Fernández alcanzó una popularidad del 75% y el kirchnerismo optó por quedarse callado.

Maurício Macri, en septiembre de 2019, cuando aún era presidente de Argentina. Foto: Presidencia / Argentina

Pero fue apenas por un tiempo. Cuando empezó la irritación popular por la persistencia de las medidas de cuarentena, el kirchnerismo gradualmente retomó las críticas a Fernández, la inmensa mayoría en forma indirecta.

En el inicio del segundo semestre de 2020, Fernández aceleró las negociaciones con Pfizer para la compra de vacunas. Todo indicaba que las vacunas llegarían entre el final de noviembre y el comienzo de diciembre y que la Argentina tendría la pole position latinoamericana en la vacunación.

Sin embargo, el hijo de Cristina, Máximo Kirchner, paralizó la negociación con Pfizer en la Cámara de Diputados. Los Kirchner consideraban que Argentina tenía que negociar prioritariamente con Rusia y China la compra de vacunas. El acuerdo con Pfizer fue cancelado, el gobierno firmó un contrato de compra con los rusos y Moscú atrasó las entregas, motivo por el cual, aunque haya iniciado la campaña de vacunación el 29 de diciembre, Argentina solo logró vacunar con dos dosis, hasta el momento, el 40% de la población.

En octubre del año pasado, Cristina disparó: “Hay funcionarios que no funcionan”. Una señal para que Fernández cambiara su gabinete. Pero el presidente no cedió. Con el pasar de los meses, Cristina fue poniendo cada vez más «cristinistas» en el segundo y tercer escalón del gobierno. Esta semana, luego de la derrota electoral de las primarias, la guerra fría que ocurría dentro del gobierno se transformó en una “guerra caliente”.

Primarias obligatorias: La derrota que desató la crisis interna del peronismo

El domingo 12 de septiembre pasado, los argentinos fueron a las urnas para votar en las primarias partidarias. El gobierno del presidente Alberto Fernández se tenía confianza. Su cúpula (y también su militancia) creían en la victoria del peronismo-kirchnerismo. El clima de optimismo predominaba.

En la primera hora luego del cierre de las urnas – aún sin contar todavía con los datos de la votación – varios líderes peronistas celebraron la victoria, en vivo por TV, bailando y cantando en el cuartel general de campaña en el barrio porteño de Chacarita.

El gobierno ya sabía que perdería en algunos distritos habitualmente antiperonistas, como la capital federal, Buenos Aires. Pero tenía la certeza de que ganaría en la provincia de Buenos Aires, que concentra el 38% de la población del país.

No esperaban lo que los analistas denominaron “tsunami electoral”, o sea, una derrota sin precedentes en este siglo. Ni siquiera los partidos de la oposición – que habían hecho una campaña de pocos días y de escasos fondos – creían en la magnitud de la derrota del gobierno.

Los precandidatos de la coalición opositora “Juntos por el Cambio”, de grupos de centro y de centroderecha, obtuvieron el 40,02% de los votos. Pero los precandidatos del peronismo, bajo el nombre “Frente de Todos”, lograron el 31,03%. Fue una caída abrupta comparada con la elección primaria anterior, de 2019, cuando el peronismo obtuvo el 47% de los votos.

El gobierno fue derrotado en reductos que eran suyos, como la provincia de Buenos Aires. Y la misma vicepresidente Cristina Kirchner sufrió una derrota en su feudo familiar, la provincia de Santa Cruz, comandada por el kirchnerismo con mano de hierro desde 1983.

Este ha sido uno de los peores resultados de la historia del peronismo. Si las elecciones de verdad (las parlamentares de noviembre) tuvieran resultados similares, por primera vez desde 1983 el peronismo perderá la mayoría en el Senado.

Tener el control de la Cámara Alta durante casi cuatro décadas de forma ininterrumpida posibilitó al peronismo obstaculizar diversos proyectos de ley de los gobiernos rivales de Raúl Alfonsín (1983-1989), Fernando de la Rúa (1999-2001) y Mauricio Macri (2015-2019).

Si los resultados de las primarias se repitieran, el peronismo-kirchnerismo se transformaría en la segunda fuerza en la Cámara de Diputados.

Esta conjunción de factores (además de un clima fértil para más manifestaciones en las calles contra el gobierno) promete complicar la gobernabilidad de Fernández, que todavía no completó la mitad de su mandato (cumple dos años de gobierno en diciembre). En este virtual escenario de falta de mayoría parlamentar, el presidente tendrá que hacer algo que el peronismo nunca hizo: negociar de forma amplia con la oposición. Para colmo, ahora también tendrá que lidiar con la crisis interna peronista.

En 75 años, desde su fundación, el peronismo gobernó 38 años. Más de la mitad del tiempo. Para ser más precisos, desde la vuelta de la democracia, en 1983, el peronismo comandó al país el 67% de ese período. Siempre gobernó sin necesidad de dialogar con los opositores de forma permanente. Las negociaciones realizadas en este enorme período fueron por breve tiempo y por cuestiones puntuales.

Antes de proseguir, una breve explicación sobre lo que es esta peculiar votación de las primarias…

En 2009, el expresidente Néstor Kirchner (2003-2007) se presentó como la cabeza de la lista de candidatos peronistas-kirchneristas a diputados en la mayor provincia del país, Buenos Aires, que concentra el 38% de la población del país. Su esposa, la presidente Cristina Kirchner (2007-2015) estaba tranquila, con la certeza de una victoria contundente ante del fortalecimiento creciente de la oposición en esa época. Las encuestas de opinión pública indicaban que el gobierno ganaría, aunque por un pequeño margen. Sin embargo, Kirchner sufrió una inesperada derrota en el reducto peronista por excelencia. Fue un shock. El kirchnerismo perdía su aura de invencibilidad.

“El Pingüino”, como le decían, rápidamente pensó una forma de no llevarse una nueva sorpresa. De esta manera, creó las “PASO”, sigla de “Primarias Abiertas Simultaneas y Obligatorias”.

El sistema es sui generis, único en el planeta. En Francia, por ejemplo, en las convenciones del Partido Socialista, tiempo atrás, votaban solo los afiliados. Hace pocos años la votación de precandidatos fue abierta también para simpatizantes. En algunos estados de los Estados Unidos, en las primarias de los partidos Demócrata y Republicano votan los afiliados. En otros, afiliados y simpatizantes. En Uruguay votan el mismo día afiliados y simpatizantes de los partidos en una elección primaria organizada por la Justicia Electoral. Pero, en todos los casos, las personas votan de forma voluntaria.

A contramano del planeta, en Argentina los electores tienen la obligación de votar en estas cuestiones internas partidarias. Por eso, con ironía, las PASO son definidas como “la encuesta electoral más grande del planeta”, ya que la muestra es la totalidad del electorado.

Con esta herramienta, Kirchner tenía una forma de verificar en esa colosal “encuesta de opinión pública” cuáles eran las reales chances de su gobierno. Y así, podía calibrar su política de tal forma que pudiera intentar garantizar su victoria cuando fuesen las elecciones de verdad.

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Inflación, pandemia, griterío y cumpleaños

Ahora, en la misma semana de la derrota, una nueva mala noticia golpeó todavía más al gobierno, la del anuncio del índice de inflación de agosto, que llegó al 2,5% según el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec).

En el inicio de este año el gobierno había previsto que la inflación de 2021 sería del 29%. Pero, solo en estos primeros ocho meses la inflación ya superó esta meta “optimista”, alcanzando la franja del 32,3%.

Además, la inflación acumulada en los últimos 12 meses es del 51,3%.

El aumento de precios fue uno de los principales factores de la derrota del gobierno en las primarias. Fernández no tomó ninguna medida concreta para intentar frenar la escalada inflacionaria. Es más, ningún gobierno desde el cambio de siglo hizo algo muy planeado, recurriendo siempre de forma desesperada al congelamiento de precios (o, en una versión más light, un acuerdo temporario de precios).

La inflación acumulada en los primeros 21 meses de gobierno del presidente Fernández es del 87,4%. Esa proporción supera la inflación acumulada en los primeros 21 meses de los gobiernos de los expresidentes Mauricio Macri (67,1%) y Cristina Kirchner (47,5%), según una encuesta de la Fundación Libertad y Progreso.

Esto ocurre en un escenario en el cual la pobreza, de acuerdo con los últimos índices, todavía relativos al segundo semestre del año pasado, es del 42%. Y de esos 42%, 10,5% son considerados indigentes, o sea, personas que no se alimentan de forma regular diariamente. El trasfondo de la crisis es una caída del PIB del 9,9% el año pasado.

La imagen presidencial fue duramente golpeada por la situación económica. El escenario solo no fue peor porque existe una estructura de asistencialismo social implantada en la crisis de 2001-2002 que nunca fue desarmada y que impide una onda de revueltas populares y saqueos a los comercios.

La imagen del presidente también sufrió una erosión persistente desde el segundo semestre del año pasado al cambiar su estilo político personal. Fernández se hizo conocido por su estilo tranquilo, sin los griteríos y rabietas característicos del matrimonio Kirchner. Pero desde el final del año pasado fue aumentando los decibeles de sus discursos.

Además, dejó de lado la aproximación conciliadora que había hecho en los primeros meses de la pandemia con la oposición. Para complicar, los “albertistas” fueron perdiendo espacio dentro de la estructura de gobierno a manos de los “cristinistas”, lo que dejaba claro que la vicepresidente Cristina tenía un poder cada vez más grande en las decisiones políticas.

La situación era mala y quedó peor con la divulgación, hace dos meses, de las fotos del cumpleaños de la primera dama, Fabiola Yáñez, el 14 de julio del año pasado, época en la cual el país estaba sufriendo el primer pico de contagios y muertes.

Las imágenes mostraban una docena de personas aglomeradas en la residencia presidencial de Olivos, sin distanciamiento y sin barbijos. En la misma época las reuniones sociales estaban prohibidas para los ciudadanos comunes. Las restricciones habían sido decretadas por el mismo presidente Fernández. O sea, el anfitrión de la fiesta violaba su propio decreto.

La foto del cumpleaños de Fabiola Yañez en Olivos que desató el escándalo. Foto: autor desconocido.

El gobierno primero lo negó, alegando que se trataba de un montaje. Después, al ver que el escándalo crecía, admitió el asunto, pero intentó minimizarlo. Y ante el riesgo del surgimiento de nuevas fotos, el propio gobierno divulgó más imágenes. Intento de control damage.

Fernández declaró que, a modo de “reparación voluntaria” donaría “una parte” de su salario al Instituto Malbrán (una prestigiosa institución médica). Enseguida declaró que, “ya que no hubo contagios, no hay delito penal”. El asunto tuvo un pésimo impacto en la opinión pública. Y la frase de Fernández, peor todavía, generando indignación.

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