Elisa Loncón Chile
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Sociedad

La descolonización de América Latina: relato de una historia revisitada

Como los indígenas y las minorías empezaron a ganar espacio en los movimientos de transformación de América Latina, aumentando las chances de corregir injusticias históricas y garantizando un lugar en el futuro del continente y del mundo

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El domingo 4 de julio del 2021, durante la pandemia que asola al planeta, Elisa Loncón, una india mapuche doctora en lingüística, asumió la presidencia de la Constituyente chilena. La comisión está formada por 77 mujeres y 78 hombres y su deber es escribir una nueva Constitución. La nueva carta magna es fruto de los esfuerzos de miles de manifestantes que tomaron las calles de Chile en los últimos años, en un acto de rebelión contra las rigurosas leyes establecidas durante la dictadura de Pinochet que, entre otras cosas, negaban un “colchón social” a los chilenos. Los manifestantes fueron reprimidos violentamente, pero luego de reiterados intentos el presidente de Chile, Sebastián Piñera, se vio obligado a ceder y dar una chance a las reformas en uno de los países más conservadores de América Latina.

Tras 528 años de lo que los historiadores acordaron en llamar “el descubrimiento de América”, cuando el genovés Cristóbal Colón llegó con tres carabelas españolas a una región que hoy conocemos como Bahamas, creyendo estar avistando Asia – razón por la cual llamó a los habitantes del lugar de “indios” -, Elisa Loncón entró a la historia como la primera mujer “india” a ocupar el cargo de presidente de una Constituyente.

Por un lado, es un hecho que hay que celebrar, como parte de un movimiento histórico de representatividad en los regímenes políticos vigentes. Por otro, llama la atención que haya pasado medio milenio para que los indígenas empezaran a tener mayor participación en las decisiones del continente del cual son originarios.

Derribando a Colón

En 2013, Cristina Kirchner, la presidente argentina en aquel entonces, retiró una estatua del conquistador del patio de la sede de gobierno, la Casa Rosada. En su lugar, instaló la estatua de la líder indígena boliviana Juana Azurduy. En ese momento, la decisión causó polémica en el país. Hoy, sin embargo, es algo que se ve en muchos lugares del continente.

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Como en Colombia, cuando este 28 de junio, en Barranquilla, manifestantes gritaban “Colón asesino!” al derribar una estatua de Cristóbal Colón mientras izaban una bandera Wiphala, símbolo de la lucha de los pueblos originarios en muchos países de América Latina. En 2019, ya había pasado lo mismo en Chile durante las manifestaciones que culminaron en las transformaciones que hoy vive el país.

Hay más ejemplos de “derribamiento” – no solo de estatuas de conquistadores, sino también de generales y traficantes de esclavos en diversos países de la región. La caída de ese simbolismo colonizador es un síntoma de los cambios políticos estructurales en curso en el continente.

Hablando otras lenguas

En su primer discurso, Loncón no habló como una minoría. Empezando su discurso en Mapudungun, lengua materna mapuche, saludando a todo Chile, la nueva presidente de la Constituyente chilena recordó la masacre sistemática de niños indígenas en Canadá, un escándalo que conmocionó al mundo, e hizo un guiño a las mujeres y movimientos LGBTQA+.

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Es posible argumentar que la entrada de las minorías, sobre todo los indígenas, a los sistemas políticos en América Latina no es inédita, pero la participación directa, tanto en el ascenso a cargos electivos como en el papel de votantes, tal vez nunca haya sido tan elocuente como ahora.

Los pueblos originarios ya no pueden ser ignorados como fuerza política por el establishment. Sin embargo, muchas veces con la simpatía de la opinión pública y voces fuertes, empiezan a reescribir la historia de la región mientras su influencia y poder crecen en los gobiernos locales.

Dejando Lima

Es el caso de Perú, por ejemplo. El voto que eligió presidente a Pedro Castillo, un profesor y sindicalista considerado “outsider” del sistema, no vino de Lima, sino, esencialmente, de las zonas rurales del país, donde la presencia de los pueblos originarios es preponderante. Luego de una encarnizada disputa, Castillo derrotó a Keiko Fujimori, miembro de la dinastía política que marcó la historia reciente de Perú.

Pero ningún avance “sale barato” para las minorías en América Latina. Keiko dice que no reconocerá la elección de Castillo, y la fragmentación de la elección coloca una serie de obstáculos a la nueva gestión del profesor.

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Más allá de Perú, todos los países de la región que luchan por la representatividad indígena y de minorías, como la LGBTQA+, enfrentan luchas que a veces derivan en violencia. Si a veces los “outsiders” alcanzan posiciones de poder con la ayuda del establishment, otras veces son aplastados por él.

Negociando con los indígenas

En Ecuador, Guillermo Lasso, un conservador neoliberal, fue elegido presidente a pesar de los numerosos levantamientos indígenas en los últimos años en el país. Pero el chiste es que el partido de Lasso (Creo) tiene apenas 12 de los 137 escaños en la Asamblea Nacional ecuatoriana. Para gobernar, Lasso tendrá, por ejemplo, que negociar con el Pachakutik, partido indígena que ocupa 27 escaños en la Casa Legislativa, el segundo más grande de la Asamblea, solo quedando detrás del partido del expresidente Rafael Correa (rival de Lasso), que ostenta 49 representantes. O sea, el partido indígena será crucial para el nuevo presidente.

Revolución molecular

Al toparse con un aumento de las manifestaciones en Colombia, el expresidente del país, Álvaro Uribe, le puso al movimiento el nombre de “revolución molecular disipada”.

El trasfondo de las revueltas populares observadas en América Latina en los últimos años es el intento de subvertir sistemas políticos y sociales que existen desde la colonización de América. La región, aunque haya pasado por procesos de independencia en sus colonias a lo largo de los siglos, está marcada por injusticias históricas no corregidas hasta hoy.

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Está claro que no todas las transformaciones que ocurren actualmente en América Latina suceden por medio del acenso de las minorías al poder. Aunque estas insurgencias sean impulsadas por una creciente organización de los movimientos feministas en el continente y por la lucha ininterrumpida contra la desigualdad social, que tienen como blanco los sistemas neoliberales que, en su visión, profundizan la distancia entre ricos y pobres, la “revolución molecular” de América Latina no deja de ser un proceso descolonizador en el sentido de corregir injusticias históricas.

En el caso específico de Colombia, los movimientos indígenas son solo una parte del engranaje social que impulsa los cambios. La reciente revuelta en el país fue motivada por una reforma tributaria impuesta en un momento en que la pandemia pesa sobre la economía del país. Al final, el gobierno tuvo que retroceder, pero solo después de truculentos enfrentamientos en las calles.

“Las imágenes de la lucha contra la reforma tributaria, que tiene al frente sujetos trans en afirmación de su dignidad social o desempleados haciendo barricadas junto a feministas, explican bien lo que significa la revolución molecular en ese contexto. Significa que estamos frente a insurrecciones no centralizadas en una línea de comando y que crean situaciones que pueden reverberar, en un solo movimiento, tanto la lucha contra disciplinas naturalizadas en la colonización de los cuerpos y en la definición de sus pretensos lugares como contra macroestructuras de expoliación del trabajo. Son sublevaciones que operan transversalmente, y que cuestionan, de forma no jerárquica, todos los niveles de las estructuras de reproducción de la vida social”, escribió el filósofo brasileño Vladimir Safatle en el diario español El País.

La recolonización no es solo un proceso de revisionismo histórico, es un pasaporte de las minorías para el futuro.

El orgullo colonizador

El mes pasado, el presidente de Argentina Alberto Fernández se dio un tiro de cañón en el pie. Parafraseando de manera errónea al escritor mexicano Octavio Paz, afirmó que “los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva, pero nosotros, los argentinos, llegamos en los barcos de Europa”. Fernández estaba en ese momento con el presidente español Pedro Sánchez y creyó que la frase agradaría al europeo, demostrando proximidad entre argentinos y españoles, europeizando a los argentinos.

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La reacción fue inmediata. Incluso porque el progresista Fernández nunca había hecho una aseveración así. El reduccionismo histórico contra la diversidad de tres países ofendió a buena parte del continente. Pero el error más grande de Fernández pasó casi inadvertido: el desconocimiento sobre buena parte de su propio país. El norte argentino tiene una enorme población mapuche y la Patagonia, que ocupa buena parte del territorio nacional, también alberga un gran contingente de pueblos originarios. Ese tipo de desconocimiento hace que gobiernos pierdan elecciones, y provoca insurrecciones en las calles y profundas transformaciones políticas que ya no pueden ser ignoradas.

La causa indígena brasileña, por ejemplo, aunque no sea una bandera nueva, influye directamente en la relación de Brasil con el mundo. O sea, las transformaciones, con la inclusión de esos pueblos en el ámbito doméstico, influyen en las relaciones internacionales. El mundo ya no ignora a esos pueblos y los gobernantes latinoamericanos no deberían darle la espalda a este movimiento.

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Es natural esperar que estos movimientos encuentren alguna resistencia entre los que no son partidarios de los cambios y que, muchas veces, lucran con una historia estacionada en los pliegues de la desigualdad social de América Latina. En lo que respecta a la inserción indígena en el imaginario local, estos tienen mucho para contribuir en la reconstrucción de la identidad del continente, del orgullo latinoamericano y en la desconstrucción de mitos que nos degradan.

Hay un ADN diverso, milenario y rico ancestralmente que hay que recuperar y eso no será un freno al progreso o al sector productivo, como se ha dicho a lo largo de la historia; es el progreso en sí el que reconoce una identidad propia y da autonomía cultural a su pueblo, ayudando a insertar en el contexto internacional a un continente que se reconoce a sí mismo tal como es: único y orgulloso.

Traducido por Adelina Chaves

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