Las portadas de los libros Cómo funciona el fascismo y Cómo mueren las democracias. Fotomontaje
Sociedad

De documentos de la era Trump a libros de cabecera para comprender la América Latina actual

Lo que Steven Levitsky, Daniel Ziblatt y Jason Stanley elaboraron a partir de la amenaza de Trump a la democracia de los EUA es hoy un mapa que puede ayudar a entender los movimientos políticos latinoamericanos

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Las chocantes imágenes de la invasión del Capitolio en los Estados Unidos, a principios de 2021, captaron la atención del mundo entero. Muchos se preguntaban qué estaba sucediendo en la democracia más grande del mundo, un país sin un historial de golpes de Estado y con pilares que ayudaron a escribir muchas otras constituciones. Las lecciones de este período estaban en el radar de muchos estudiosos, especialmente tres.

En Cómo funciona el fascismo, lanzado en 2018 por Jason Stanley, profesor de la Universidad de Yale, y en Cómo mueren las democracias, publicado el mismo año por los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, uno de los principales objetivos es explicar los nuevos movimientos conservadores en Estados Unidos , principalmente en la era Trump. Al hacerlo, sin embargo, los autores nos muestran una mirada importante sobre América Latina.

En entrevistas recientes, los tres llegaron a afirmar que Brasil, por ejemplo, todavía no había entrado en un momento de ruptura completa. Pero dejaron valiosos consejos basados en fenómenos comunes que habían observado hasta ese momento:

El riesgo del outsider

La revista The Economist calificó al libro Cómo mueren las democracias como “el documento más importante de la era Trump”. Lo que tal vez no se imaginaba es que el libro extrapolaría el marco temporal de aquel gobierno y se transformaría en una referencia de la ciencia política también para América Latina.

En el núcleo de la teoría creada por los dos escritores está el mecanismo usado por los outsiders: presidentes venidos desde fuera del mundo de la política, elegidos a partir de un discurso antipolítica y que utilizan el sistema electoral democrático para derrotarlo desde adentro. Ellos también marcan la diferencia entre un golpe de Estado “clásico” y la corrosión interna de un sistema por esos outsiders.

Un ejemplo de golpe clásico es el del general Augusto Pinochet en Chile, en 1973. Según ellos, “en este caso, la muerte de la democracia es inmediata y evidente para todos. El Palacio Presidencial arde en llamas. El presidente es asesinado, preso o exiliado. Se suspende o abandona la Constitución”.

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Sin embargo, cuando la erosión de la democracia ocurre desde adentro “No hay tanques en las calles. La Constitución y otras instituciones nominalmente democráticas continúan vigentes. La población sigue votando. Los autócratas electos mantienen una apariencia de democracia, a la que van destripando hasta despojarla de contenido”.

Adolf Hitler, en Alemania, Alberto Fujimori, en Perú, Benito Mussolini, en Italia, entre otros, son ejemplos de ese elenco de outsiders a lo largo de la historia. Todos hombres que llegaron al poder de la misma manera, “desde adentro, vía elecciones o alianzas con figuras políticas poderosas”. La idea de las élites que los apoyaron era estancar la crisis política. Pero el resultado es exactamente el opuesto: se le proporcionan al outsider las llaves del poder, construyendo así un autócrata.

Un autócrata entra por la puerta principal

Otro ejemplo de outsider citado varias veces por Levitsky y Ziblatt, es el de Hugo Chávez y su ascenso en Venezuela. En los años 1970, el país llegó a ser visto como un modelo de democracia, con dos partidos, uno de centroizquierda y uno de centroderecha, dominando el poder por décadas de manera intermitente.

En los años 1980, la economía, totalmente dependiente del petróleo, empezó a naufragar. En 1989, el sistema ya presentaba disturbios en las calles. Y en 1992, liderados por Hugo Chávez, algunos oficiales se rebelaron contra el entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Este primer intento de Chávez fracasó. Cuando fue preso, declaró que abandonaría las armas, ganándose la admiración de muchos venezolanos.

En 1993, el sistema partidario del país entró en colapso y el entonces senador Rafael Caldera tomó una decisión de la cual se arrepentiría después. Rompió con su partido, se lanzó como candidato independiente, ganó la presidencia y se acercó a Hugo Chávez. Al año siguiente, Caldera prácticamente le abrió las puertas de la prisión al indultar al militar de todas las acusaciones.

Levitsky y Ziblatt cuentan que en una de sus primeras entrevistas Chávez habría respondido a una periodista hacia donde iba: “hacia el poder”. Posteriormente, Caldera admitió que, en aquel momento, Chávez le parecía una moda pasajera.

Los Outsiders entran a la casa de la democracia por la puerta principal, con la ayuda de sus inquilinos, solo para luego demolerla desde adentro

Nadie nace dictador

Hasta 1990, Alberto Fujimori era solo un rector de universidad, que jamás había siquiera soñado en ser presidente. Sin embargo, quería ser senador. Para llamar la atención a su desconocida carrera política, se lanzó a la presidencia. Para su propia sorpresa, contó con los votos de aquellos que, con la crisis económica y el crecimiento del grupo Sendero Luminoso, estaban insatisfechos con los políticos tradicionales.

Creció tanto que llegó a la segunda vuelta contra el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa que, a pesar de ser entonces un personaje mundialmente respetado, no era bien recibido entre las camadas más bajas de la sociedad peruana, que lo veían muy cerca de las élites del país. Fue por eso que, según los analistas, Fujimori ganó las elecciones.

Y, por ser un político sin experiencia, al encontrarse con el sistema de pesos y contrapesos de la democracia para gobernar, decidió eludir al Parlamento, en vez de dialogar con él.

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Dos años después de haber sido elegido, el “Don Nadie” disolvía el Congreso y cancelaba la Constitución del país, bajo el pretexto de higienizar a la política del narcotráfico y la corrupción. Era el inicio de una de las más violentas dictaduras latinoamericanas, que duró 20 años y terminó con Fujimori preso, cumpliendo pena por crímenes que van desde corrupción hasta lesa humanidad.

La autopsia del demagogo

Para Levitsky y Ziblatt, los autócratas son demagogos que encuentran espacio fértil, por ejemplo, en constituciones que permiten que el poder del Ejecutivo pueda aumentar durante las crisis.

También encuentran aliados en ciertos “árbitros” del sistema, como militares, policías, jueces y políticos corruptos. Enemigos potenciales deben ser comprados o debilitados. Con los medios de comunicación, la historia se repite: o son cooptados por el dinero estatal o eliminados.

También necesitan cambiar las reglas del juego, creando un relato. A veces, el relato de “defensa de la democracia” se utiliza para demolerla.

Los autócratas también se valen de la polarización y pueden valerse, inclusive, de la desmoralización del sistema electoral. Sucedió en México en 2006, cuando Manuel López Obrador insistió en que la elección había sido un robo. En 2012, el 71% de los mexicanos creía que era posible haber fraude en el sistema electoral, una peligrosa ruptura de confianza.

Divididos, nos caemos

Cómo funciona el fascismo trata sobre el modus operandi necesario para minar la democracia a través de la polarización. Es lo que Stanley llama de relato del “nosotros y ellos”. Para explorar este asunto, se explaya sobre la Italia de Mussolini, claro, desmenuzando el fascismo clásico para trazar paralelismos con los tiempos de hoy. Y termina encontrando que características comunes del sistema italiano de la época están resurgiendo en otros países del mundo.

Según Stanley, la política fascista usa muchas estrategias diferentes: do “pasado mítico” a los “llamamientos a la noción de patria y desarticulación de la Unión y bienestar público”. Es también lo que Stanley llama estado patriarcal (la masculinidad de la nación), siempre amenazado por el avance de la posibilidad de igualdad de género. Otra separación se profundiza con la narrativa entre “productores” versus “parásitos”. Se trata de una metáfora para aquellos que se estarían apropiando “del estado de bienestar social”, atentando contra aquellos que no reciben beneficios del Estado. Es, en síntesis, lo que él llama estrategias que minan los “espacios de información, obliterando la realidad”.

Lo que las dos obras tienen en común

Varias líneas se cruzan entre los libros de Levitsky, Ziblatt y Stanley. Algunas de ellas son:

  • criticar un Poder Judicial independiente con la intención de reemplazarlo por uno connivente con los dictámenes partidarios del gobierno;
  • reduzir las instituciones para que el autócrata tenga menos restricciones a su poder;
  • atacar el Estado de Derecho con el fin de que la corrupción vigente parezca víctima de un complot del Poder Judicial;
  • descartar puntos de vista diferentes a los del gobierno y calificarlos como antipatriotas;
  • prescindir de estudios de género bajo el manto de una supuesta conspiración marxista.

Adicionalmente, el fascismo tiene como meta reemplazar el debate sofisticado de ideas por un discurso simplista y unilateral, rechazar los medios por cuestionar teorías extravagantes de conspiración y disfrazar de nacionalistas a las emociones irracionales.

Finalmente, en las teorías desarrolladas por los autores, se divide al país en “merecedores” y “no merecedores”, fomentando la discordia. Las minorías son suprimidas con base en el discurso de que no corresponden a los ideales nacionales

O sea, entre otras características, buscan crear un discurso en el cual el gobierno de turno parezca un guardián de la ley, el orden y la tradición familiar, pilares bajo los cuales, en esa óptica, debería construirse un país.

¿Alguna semejanza con algún gobierno conocido?

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