En Rebelión en la granja, una fábula satírica distópica de 1945, George Orwell narra la historia de un grupo de animales que lidera una revolución en una granja, expulsa al dueño humano y construye una sociedad que pretende ser igualitaria y socialista. Con el paso del tiempo, sin embargo, los cerdos – líderes de la revuelta inicial – se «aburguesan», empiezan a adoptar una serie de costumbres de los destituidos humanos e implementan un liderazgo totalitario. A partir de entonces, con el comando centralizado del cerdo «Napoleón», desatan una represión contra todo tipo de animal que, aun habiendo participado en la revolución, tenga algún potencial crítico. En otras palabras: la revolución devora a la propia revolución.
En Nicaragua ocurre hoy algo similar. Allí, la acción totalitaria está comandada por el presidente Daniel Ortega, un exguerrillero sandinista que se convirtió en un reaccionario conservador (aunque manteniendo la retórica antiimperialista).
De marxista a conservador
Hace años, en una columna para el El País, el escritor peruano y Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa describió a Ortega como “este alucinante personaje que, luego de dirigir la revolución sandinista contra los Somoza, se fue convirtiendo él mismo en un Somoza moderno”.
Ortega se unió a la guerrilla del movimiento sandinista en 1969. Diez años después, el movimiento, compuesto por un colegiado de guerrilleros, intelectuales y representantes de otros sectores de la oposición, derrocó a Somoza, el tercer dictador de una dinastía familiar que comandaba Nicaragua desde los años 1930.
Ortega asumió el cargo de “Presidente de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional de la República de Nicaragua”. Poco después, alineó el país con Cuba y la Unión Soviética, aumentó el peso del Estado en la economía e hizo una reforma agraria parcial. Sin embargo, nunca llegó a establecer un Estado socialista, ya que la iniciativa privada siguió existiendo.
En 1984, llamó a elecciones libres y fue elegido presidente. Pero en 1990 perdió la disputa electoral frente a Violeta Chamorro. En 1996, fue derrotado por Arnoldo Alemán, cuyo gobierno fue considerado, en la época, uno de los 10 más corruptos del planeta. Y en 2001, Ortega perdió contra Enrique Bolaños.
Bolaños había sido el vicepresidente de Alemán. Pero, cuando fue elegido presidente lanzó una cruzada anticorrupción, acusando a su exjefe de lavar 100 millones de dólares. Más tarde, Alemán fue condenado a 20 años de prisión.
En 2006, Ortega se presentó como candidato una vez más. Pero sabía que corría el riesgo de, una vez más, ser derrotado. Por eso, hizo un pacto con Alemán, de derecha.
Ortega, de ser elegido, impediría que Alemán fuese a prisión. Y, además, aceptó como vicepresidente a un representante de la extrema derecha nicaragüense, Jaime Morales Carazo, autor, en 1986, de un libro de elogios arrebatados a la dictadura somozista. En los años 1980, Carazo fue uno de los más famosos integrantes de los “Contras” (nombre dado a los grupos paramilitares financiados por el gobierno del presidente estadounidense Ronald Reagan para “combatir el comunismo” en Nicaragua en esa época).
Al volver al poder, en 2007, Ortega se alió con los empresarios conservadores de Nicaragua. Esa alianza, una forma de “cogobierno”, fue formalmente denominada “Diálogo y Consenso”. Los empresarios obtuvieron grandes privilegios y exenciones fiscales.
Así y todo, Ortega mantuvo la retórica antiimperialista grandilocuente, usando expresiones como “lamebotas de Wall Street” o “lacayos de los Estados Unidos”. En el ámbito externo mantuvo los lazos con Cuba, como en los años 1980, y estableció alianzas con la Venezuela bolivariana, con interminables discursos en defensa del socialismo caribeño. Si en los años 1980 hizo una reforma agraria, a partir del 2007, Ortega pasó a confiscar las tierras de los campesinos.
Años después, Ortega anunció un faraónico proyecto de construcción de un canal bioceánico. El objetivo: competir con el canal de Panamá. La obra, que pasaría por el principal lago del país, tendría un impacto ambiental altamente negativo. Pero Ortega ignoró las advertencias.
El multimillonario chino Wang Ying financiaría el proyecto, que implicaba la remoción categórica de 20 mil campesinos de sus tierras. Y tendría derecho a la concesión del canal por 50 años. Pero Wang quebró y todo el emprendimiento fue paralizado. No obstante, las tierras de los campesinos jamás fueron devueltas.
Los sandinistas históricos, horrorizados con Ortega, se alejaron de él.
Elección y reelecciones indefinidas
Como mencionado anteriormente, el regreso de Ortega al poder en 2007 ocurrió por intermedio de un pacto realizado el año anterior con el expresidente Alemán, de derecha. Esa alianza supuso una reforma constitucional que reducía la cantidad necesaria de votos para elegir a un presidente – del 45% de los votos al 35%. Coincidentemente, aquel año, Ortega fue elegido con el 38% de los votos. Él y Alemán tenían los parlamentares suficientes para modificar la Carta Magna.
En 2011, Ortega fue reelegido presidente. Eso ocurrió al margen de la ley, ya que desde 1995 la Constitución determinaba que una persona que ya hubiera ocupado el cargo dos veces no podría ser reelegida.
Ese era exactamente el caso de Ortega, que fue presidente de 1985-1990 y de 2007-2012. Ortega terminó eludiendo el denominado “doble cerrojo” por la vía de la Corte Suprema de Justicia, a través de jueces amigos que declararon que los impedimentos constitucionales eran, cuándo no, inconstitucionales en el caso de Ortega.

En enero de 2014, el Parlamento nicaragüense, controlado por Ortega, aprobó una enmienda constitucional que permitía formalmente las reelecciones presidenciales indefinidas. La reforma también determinó que una persona puede ser elegida presidente sin necesitar ya un piso específico de votos.
Así y todo, la ley sigue prohibiendo que un familiar hasta el cuarto grado de consanguinidad del presidente pueda ser candidato a presidente o vicepresidente de la República. La Carta Magna determina también que está prohibida cualquier candidatura a esos cargos por parte de personas dentro del segundo grado de afinidad de parentesco. Eso debería haber impedido que la esposa de Ortega, Rosario Murillo, fuese su candidata a la vicepresidencia en las elecciones de 2016. Debería…
Aferrándose al término «consanguinidad», Ortega argumentó que la legislación se refería a dos hermanos o a un padre e hijo, insistiendo en que él no era “pariente” de Rosario, solamente su “marido”. Sobre el punto que impide la candidatura de personas dentro del segundo grado de afinidad, el matrimonio optó por el silencio.
Por segunda vez en la historia de las Américas, un matrimonio ocupaba formalmente el puesto de presidente y vicepresidente de un país. El primer caso fue el del argentino Juan Domingo Perón, que en 1973 colocó a su tercera esposa, María Estela “Isabelita” Martínez de Perón, como su propia candidata a la vicepresidencia. Perón murió en 1974 e Isabelita asumió el comando del país.
En 2016, Ortega logró, por vía judicial, la anulación de la candidatura del principal candidato de la oposición, lo que lo convirtió en el único candidato con posibilidades concretas de victoria en las urnas. Mientras la pareja cogobierna el país, sus hijos se destacan en el mundo de los negocios, especialmente en el de los medios de comunicación, ya que son propietarios de varios canales de televisión.
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Violaciones, religión y necromancia
En 1998, la carrera política de Ortega se vio sacudida por la denuncia de violación hecha por su hijastra, Zoilamérica Narváez Murillo. Zoilamérica, hija de Rosario Murillo, declaró que durante años había sido abusada sexualmente por su padrastro. Según ella, Ortega comenzó los abusos cuando ella tenía 12 años de edad (o sea, en 1979, año de la victoria de la Revolución) y que los abusos ocurrieron de forma sistemática hasta fines de los años 1980 (a lo largo de todo su período como el todopoderoso líder de la Revolución Sandinista).
Sin embargo, tres años después de las denuncias, los tribunales de Managua consideraron que la acción penal había prescripto. De este modo, Ortega se salvó. Detrás de la decisión de los jueces estaba la injerencia del entonces presidente Alemán, que ya empezaba a hacer los primeros intercambios de favores políticos con Ortega.
Zoilamérica intentó apelar. Pero su propia madre, Rosario Murillo, respaldó a su padrastro. Sin alternativas, la joven partió hacia el exilio.
Mientras tanto, Ortega volvía al poder bajo un inusitado sesgo conservador. Nuevamente en el cargo, luego de perder tres elecciones presidenciales, se alió a la Iglesia Católica. A esta no le molestó la acusación de violación de su hijastra y comenzó a apoyar a Ortega, principalmente cuando su partido, el FSLN votó masivamente en favor de la eliminación de la ley del aborto terapéutico. Según Ortega, su gobierno era “enemigo de Herodes” (en la Biblia, la autoridad en Israel que supuestamente habría ordenado matar a los bebés).
Ortega empezó a usar el slogan de “Cristiano, Socialista y Solidario”. A continuación, fumó la pipa de la paz con el cardenal Miguel Obando, uno de los líderes del antisandinismo desde los años 1980. La alianza Ortega-Obando era tan ostensible que el mismo cardenal ofició su boda formal, por la iglesia, con Rosario Murillo, que era su compañera desde los años 1970.
Rosario protagoniza casi todos los días la propaganda religiosa del régimen, apareciendo en alguno de los cuatro canales de televisión de sus hijos, pronunciando fervorosas oraciones por Nicaragua, así como haciendo constantes referencias a la Virgen María. Y, de paso, dando la lista de los santos católicos del día.
En 2014, Ortega inauguró las obras del canal interoceánico, para competir con el canal de Panamá. La obra (que nunca pasó de los anuncios y la confiscación de tierras) fue anunciada por Rosario como “un milagro divino”. Los militantes del partido sandinista, otrora ateo, llevaban pancartas con las palabras “Dios bendiga el canal”.
Una muestra de la injerencia de la iglesia en el Estado es que Nicaragua tiene una de las leyes más machistas del continente, que crea una serie de trabas burocráticas para realizar denuncias por violencia de género.
Otro lado sui generis del régimen de Ortega es un sesgo de necromancia en la política. El ejemplo más estrambótico sucedió en el segundo semestre de 2016, cuando René Núñez Téllez, presidente del Parlamento, fiel aliado de Daniel Ortega y pieza clave en su esquema de poder, se presentó, durante meses, en el plenario del Congreso Nacional con un tubo de oxígeno.
Falleció el 10 de septiembre de ese año. A pesar de su estado de defunción, Ortega determinó que Núñez Tellez siguiera siendo el presidente del Parlamento hasta enero de 2017, cuando asumieron los nuevos diputados.
Manifestaciones de 2018: un divisor de aguas para los planes de poder de Ortega
En Chile, en 2019, el aumento de la tarifa del transporte subterráneo fue la gota que rebalsó el vaso y desató una serie de manifestaciones contra el gobierno del presidente Sebastián Piñera. De igual manera, un año antes, Nicaragua fue el escenario de tres meses de intensas protestas generadas por la decisión de Ortega de acatar los pedidos del FMI de reducir el gasto público. Para ello, recortó las pensiones de las personas mayores en un 5%.
Simultáneamente, Ortega pretendía implementar un aumento de hasta el 22,5% en la cuota de Seguridad Social de los trabajadores y las empresas. La impopular reforma creó la peor crisis política del país desde su retorno al poder. Las manifestaciones fueron ferozmente reprimidas por la policía y los militares. El saldo: 328 civiles asesinados por la policía y los paramilitares, 2.000 heridos, 100.000 exiliados en la vecina Costa Rica y otros 50.000 en otros países.
Rosario Murillo llamó a los manifestantes de “vampiros en busca de sangre” y afirmó que las marchas de protesta eran “diminutas”. Irritados, estudiantes y jubilados derribaron y quemaron una decena de “árboles de la vida”, nombre de las enormes estructuras metálicas instaladas por orden de Rosario al lado de las principales avenidas que, pintadas de lila (el color favorito da la vicepresidente), simulan los árboles de la obra del pintor simbolista austrohúngaro Gustav Klimt (1862-1918).
Viendo como Ortega reproducía el modus operandi de censura y represión de Somoza, el principal slogan de los estudiantes era “¡Daniel y Somoza, son la misma cosa!”.
Incluso antes de 2018, Ortega ya estaba decidido a asegurar su permanencia en el poder por cualquier medio. Pero las manifestaciones se revelaron un divisor de aguas. A partir de entonces la represión a la oposición se tornó totalmente explícita.
Muchos jóvenes fueron expulsados de las universidades, otros quedaron bajo estricta vigilancia. El gobierno potenció los ya existentes Consejos del Poder Ciudadano, una suerte de comités vecinales que supervisan la vida de los habitantes y los denuncian en caso de cualquier “desvío” político.
Asustados con la sangrienta represión, los jóvenes nicaragüenses dejaron de salir a las calles. En diciembre de aquel año, el Parlamento, por orden de Ortega, aprobó la polémica “ley 1055”, con la cual el presidente tiene el poder de vetar candidatos y de excluirlos de la disputa electoral si considera que la persona puede ser clasificada genéricamente de “traidora de Nicaragua”.
La manera Ortega de eliminar obstáculos
El régimen fijó las próximas elecciones presidenciales para el 7 de noviembre de 2021. Los 6,5 millones de votantes serán convocados para un único turno presidencial. Además del cargo de presidente, se renovarán los 92 escaños del Parlamento. El que obtenga más de 47 diputados tendrá mayoría absoluta. Ese nuevo mandato, de cinco años, finalizará en 2027.
En mayo, la Justicia Electoral retiró la personería jurídica del Partido Restauración Democrática (PRD) por supuestas acusaciones de pastores evangélicos contra esa agrupación política opositora. Según la Justicia Electoral, controlada hace años por Ortega, el partido “se opone a todos los principios cristianos”, ya que entre sus integrantes habría personas que defienden “el aborto, la homosexualidad y el lesbianismo”.
Miguel Mora, precandidato por el PRD afirmó estupefacto: “¡Esto es un partido político! ¡No es una iglesia! ¡Es un absurdo que no se sostiene jurídicamente!”
La Justicia Electoral también anuló la personería jurídica del Partido Conservador (PC), alegando que el partido había anunciado su intención de no participar de las elecciones de noviembre por considerar que no existían garantías de libertad y transparencia. Los miembros del PC subrayaron que la decisión del tribunal era una aberración jurídica, una sentencia en respuesta a algo que todavía no había ocurrido.
En las semanas siguientes, Ortega inició una serie de persecuciones contra los pocos medios de comunicación sobrevivientes que eran críticos del régimen. Y, en el pasado 2 de junio, llevó la represión a un nuevo nivel, al detener a la candidata presidencial opositora Cristiana Chamorro.
Hija de la expresidente Violeta Chamorro, que había derrotado a Ortega en las urnas en 1990, Cristiana despuntaba como una peligrosa rival para las elecciones de noviembre. Fue detenida por supuesto lavado de dinero, pero hasta ahora el régimen no ha presentado pruebas de ello.
En la madrugada del sábado 27 de junio, Pedro Chamorro, hermano de Cristiana, fue detenido. El régimen lo acusa de realizar “actos que perjudican la soberanía nicaragüense” y de “pedir intervenciones militares de potencias extranjeras”, además de “aplaudir sanciones” contra miembros del régimen. Otro hijo de Violeta, Carlos Fernando Chamorro, había partido hacia el exilio días antes. Su padre, director de La Prensa, un diario crítico de la dictadura de derecha de Anastasio Somoza, fue asesinado en 1978 por orden del régimen de la época.
Otro candidato presidencial opositor, Arturo Cruz Siqueira fue detenido por 90 días sin acusación alguna y su casa fue allanada sin orden judicial.
En tres semanas, las fuerzas policiales detuvieron a un total de cinco candidatos y precandidatos presidenciales – así como a un líder empresarial y un banquero.
El régimen también detuvo a dos prestigiosos académicos. Una de ellas es Tamara Dávila, defensora de la legalización del aborto, lo que la puso en la mira de Ortega.
Ortega también ordenó la detención de Humberto Belli, pero este pudo cruzar la frontera con Costa Rica y de allí partió a Estados Unidos. Belli fue acusado genéricamente de “actos ilícitos”, sin mayores precisiones.
Coincidentemente, él es hermano de la escritora best-seller del país, Gioconda Belli, famosa en el mundo hispanoparlante. Dos días antes, ella había criticado a Ortega en la prensa europea, afirmando que esta era la peor dictadura de la historia de Nicaragua.
El régimen también detuvo a excompañeros de guerrilla, incluso al mismísimo general sandinista Hugo Torres, que salvó la vida de Ortega en 1974, en los tiempos de la lucha contra Somoza. Torres secuestró a José María Castillo, ministro de Somoza, y así negoció la liberación de Ortega, que estaba en prisión.
Dora María Tellez, histórica sandinista y una de las principales intelectuales de América Central, también fue detenida. Antes de ser detenida, dijo a la prensa que Ortega y Murillo, presidente y vicepresidente, marido y mujer, ilustraban bien como en Nicaragua “¡las dictaduras no son militares… sino familiares!” (una referencia a los Somoza, dinastía de dictadores formada por el padre, el hijo primogénito y el segundo hijo, que ella ayudó a combatir junto a Ortega).
La jerarquía sandinista, en el momento de la victoria, estaba organizada entre el “Comandante Zero” (Edén Pastora), el llamado “Comandante Uno” (Torres) y la “Comandante Dos” (Tellez).
Al arrestar a los «sandinistas originales», que hoy consideran a Ortega un traidor, la revolución se empieza a tragar a la revolución.
En los últimos años, Ortega cambió incluso su tono «político cromático». Abandonó los combativos colores negro y rojo de las clásicas banderas sandinistas por un insólito celeste y rosa, que ocasionalmente es rosa pastel y muchas veces es rosa chicle. Ni George Orwell habría imaginado algo así.
La ONU, la OEA, la Comisión Interamericana de Defensa de los Derechos Humanos y otras diversas organizaciones no gubernamentales pidieron a Ortega que liberara a los opositores detenidos. Ortega rechazó todos los pedidos con la frase “no habrá ni un paso hacia atrás… solo hacia adelante”.